Habitantes de tierra de dólmenes: del espacio emocional a la construcción del espacio público
Resumen
Contaba el premio Nobel irlandés Seamus Heaney que de pequeño le gustaba ver a los mayores recoger con un cubo el agua de un pozo que había en mitad de los campos. Observaba siempre con tensión y misterio la canción repetida de la vieja polea que iba girando con lentitud, y la cuerda que descendía hacia lo oscuro, para después subir, hasta que aparecía el cubo bailando suavemente, suspendido en el aire, y derramando gotas de agua a su alrededor. Ese pozo estaba en una loma que descendía suavemente hasta el pueblo, y en la que se alzaban dólmenes y piedras milenarias, restos arqueológicos que eran solo una mínima parte de lo que ocultaba el prado verde; por lo que siempre pensaba que ese agua que después beberían, venía fresca ofrecida por los antepasados de los antepasados, bálsamo para el alma y la memoria que cruzaba desde el origen de los tiempos.
Pasados los años aprendió y oyó por primera vez en la universidad la palabra griega omphalos, que significa ombligo, y su sonoridad, deletreada de forma lenta y espaciada, una y otra vez, le devolvió al sonido de la polea girando, y el cubo ascendiendo desde las entrañas de la roca y el ser de su pueblo.
Om-pha-los, om-pha-los, om-pha-los... Ombligo, el agua que nos conecta a través de su curso a la vez oscuro y luminoso, con nuestra existencia colectiva. Los habitantes de tierra de dólmenes vivimos vinculados íntimamente al curso de la memoria que transcurre bajo tierra, a la luz revelada de la materia original; la piedra, los metales, el coral, agua que mana de lo profundo para nutrirnos y colmar de sentido y emoción nuestro presente.
Ahí tenemos el asombro, la emoción. Y la emoción activa nuestra capacidad para encontrarnos y organizar la tarea común de protección y defensa de algo tan valioso como nuestros sueños. Esa ha sido nuestra experiencia en el territorio de Valencina-Guzmán. Vivimos en el mundo de hoy la contradicción entre la convocatoria universal a participar en el espacio público y la fragmentación de los intereses y discursos, la coexistencia en todos los niveles de la vida cotidiana de procesos que nos vinculan y hacen interdependientes, junto con el enquistamiento de diferencias que parecen insuperables. El espacio público es el ámbito en que organizamos nuestra experiencia colectiva; es donde los miembros de una sociedad producen una realidad común, como ciudadanos plenos, más allá de su condición de consumidores, electores, creyentes, expertos, y ensayan una integración, un reconocimiento en términos de compatibilidad que permite defender lo que es nuestro, y generar propuestas que mejoran la vida cotidiana y ensanchan las posibilidades de su entorno material y emocional.
Palabras clave
territorio, patrimonio, espacio público, mesas ciudadanas, democracia participativaPublicado
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